Corría el año 92 mientras escuchaba por primera vez Sting me.
Me estallaba el último grano de acné juvenil mientras pensaba dónde pordría
comprarme unos pantalones pitillo y a la vez de campana y un chaleco con flecos
y la manera de ligarme a una chica negra que me hiciera los coros como Barbara
o Joy.
Y es que estos nuchachos de Atlanta, justo en el momento del
estallido del grunge, consiguieron poner el rock setentero otra vez en lo más
alto del panorama musical.
Por supuesto, y muy a mi pesar, no me compré los pantalones
y mucho menos me ligué a una corista negra.